Artículo de Elisa Silió extraído de EL PAÍS: <http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/06/10/actualidad/1370887746_418229.html>
Las bibliotecas no se libran del calvario de la
crisis: las
56 del Ministerio de Cultura tienen cero euros para comprar
libros con un 60% menos de presupuesto; los horarios de muchas se han
acortado, con gran perjuicio en las universitarias; el 40% de las
escolares no tienen Internet o han cerrado algunas de pueblos. Pero
como leer es un derecho y para muchos la manifestación más
universal de libertad, la ciudadanía no está dispuesta a dejarlas
caer. Se han convertido, gracias al voluntariado y la labor de unos
bibliotecarios vocacionales, no solo en un centro de lectura, sino un
lugar donde buscar trabajo, hacer los deberes con ayuda o aprender
inglés. Allí donde faltan bibliotecas las abren los vecinos o los
padres llenan las estanterías vacías en la de la escuela de sus
hijos de nueva construcción y sin dotación. Mientras que partidos
políticos y movimientos sociales —como el 15-M— han empezado
también a recolectar libros como una de sus principales actividades.
“La biblioteca tiene que estar activa. No puede
servir solo para estudiar. Tiene que transformarse constantemente, no
perder la comba social”. Sobre esta idea gira todo el proyecto
bibliotecario de Carlos García-Romeral, hasta hace unas semanas al
frente de las bibliotecas públicas de la Comunidad de Madrid y ahora
con un proyecto más pequeño pero igual de ilusionante en sus manos:
la biblioteca
del obrero y combativo distrito de Vallecas.
Estos centros públicos se han convertido en un
lugar de búsqueda de empleo y de incentivo del emprendimiento. “No
hay que olvidar que nacieron con la sociedad industrializada para
equilibrar las diferencias entre clases sociales y hoy para romper la
brecha digital”, razona García-Romeral. Hay que ir mutando. En
2005 en Madrid empezaron a impartir clases de español y de lectura
fácil y hoy se familiariza a los usuarios con las nuevas
tecnologías. Muchos no disponen de ordenador o Internet y allí
renuevan la prestación del desempleo de forma telemática, aprenden
a hacer su currículum o a manejarse en inglés.
“En realidad siempre nos hemos preocupado por el
empleo. Colgábamos en el corcho los boletines con las convocatorias
de becas, oposiciones... Y luego se empezó a completar con
información de talleres...”, recuerda García-Romeral. “Ahora
estamos en la sociedad de las nuevas tecnologías y hay que hacer
algo nuevo”.
“No hay ninguna institución que te dé el calor y
la proximidad de una biblioteca. No sé cómo será el futuro. La
gente se descargará desde casa los libros, pero seguirá habiendo
una necesidad de encontrarse, de escuchar historias, y las
bibliotecas son el escenario ideal”, piensa optimista Blanca
Calvo, directora de la Biblioteca
Pública de Guadalajara. “De encontrarse en los estantes de
astronomía y ponerse a charlar surgió una asociación, y lo mismo
ocurrió con los cómics. O un señor de un club de lectura murió de
cáncer y sus compañeros no le dejaron solo en sus últimos días”.
El cobijo de un papá Estado lastrado por la crisis
es cada vez menor y son muchos los vecinos convencidos de que “no
queda otra” que la autogestión. Durante años, las
Administraciones invirtieron en equipamientos sociales que ahora a
duras penas pueden mantener y proponer un proyecto nuevo da casi
risa. Por eso cada vez más ciudadanos se involucran de forma
voluntaria en tareas que hasta ahora cubrían los servicios públicos.
La Federación de Gremios de Editores de España
calcula que el 30,1% de la población ha acudido en 2012 a estos
servicios de biblioteca, dos puntos porcentuales más que en 2011. El
87,9% de los entrevistados que acudieron a una biblioteca lo hicieron
a una pública, el 16,1% a una universitaria, y solo el 3,7% a una
escolar.
Los recortes preocupan a sus profesionales. María
Teresa Sans, bibliotecaria en un pueblo de Castilla-La Mancha,
alertaba
en una carta en EL PAÍS: “Resulta demoledoramente triste
comprobar cómo el trabajo y la ilusión de tantas personas pueden
desmoronarse después de más de 20 años en los que se ha ido
creando, en esta comunidad eminentemente rural, una red de
bibliotecas profesionalizada frente a bajos índices de lectura,
envejecimiento poblacional, dispersión geográfica o desidia
cultural”.
Luis Cotarelo no entiende cómo actúa de portavoz
de la biblioteca
Las Palomas, ocupada por los vecinos del barrio del Zaidín
(Granada) porque la mayoría son mujeres. “Abuelas que lucharon con
éxito porque la reabrieran dos veces hace 30 años, sus hijas que
disfrutaron de la biblioteca y sus nietas”, cuenta. En la primavera
de 2011, el Ayuntamiento decidió cerrarla argumentando que el barrio
tenía una nueva biblioteca. “Es verdad, con los fondos de ZP y
para universitarios, pero la nuestra está en un sitio deprimido y
las señoras mayores y los chicos sin recursos, que consideran suya
Las Palomas, no se van a desplazar tres kilómetros para ir a la
otra. Por eso cundió tanta indignación y nos movilizamos”. Sin
aviso se clausuró y el recuerdo es “traumático” por la
actuación de los antidisturbios locales cuando una sentada de
vecinos intento impedir que se llevaran los libros a un almacén. “El
dinero que se ahorren lo pueden invertir en la restauración de ese
monumento a la Falange que no les da la gana retirar, quizás por sus
valores estéticos”, se indignó Antonio Muñoz Molina en su blog.
Protestaron durante 15 meses y su reunión con el
Ayuntamiento fracasó, así que se convirtieron en okupas en
diciembre tras recoger 10.000 libros. El consistorio va a devolver a
la Junta de Andalucía el edificio y en ello se escuda para no dar su
versión. El Gobierno autónómico, que reconoce la necesidad de dos
bibliotecas en el Zaidín, con 44.000 vecinos, dice: “No tenemos
ningún interés en que se devuelva un edificio vacío. Hoy sigue
siendo necesario”. Y baraja “la posibilidad de contar con la
colaboración de otras entidades e instituciones dispuestas a apoyar
esta iniciativa ciudadana”.
Las Palomas funciona gracias al tesón de 50
voluntarios fijos y un centenar eventual. “Pero no queremos
resolver la papeleta a nadie. Queremos que se haga cargo la
Administración”, advierte Cotarelo. Este reemplazo de los
funcionarios por voluntarios preocupa mucho a Clavo que se felicita
de que “en Guadalajara han entendido que la biblioteca está para
las vacas gordas y para las flacas”. Este año no cuentan con
presupuesto para libros —en 2007 disponían de 150.000 euros— y
son los propios vecinos los que están sufragando la compra de nuevos
fondos. Los mismos que gestionan un taller de deberes para 120 niños,
actúan de cuentacuentos o montan un curso de cine para 100 personas.
El proyecto de las naves de Can
Batlló lleva fraguándose
a fuego lento desde hace 30 años en La Bordeta, un barrio
barcelonés de industrias textiles en reconversión. La Biblioteca
Popular Josep Pons, gestionada por sus reivindicativos vecinos, se
inauguró en septiembre con 12.000 libros, un bar y un pequeño
auditorio. “Muchas son donaciones particulares, pero también
heredamos de un señor sus 1.000 volúmenes y de una parroquia
2.000”, cuentan al unísono Josep Rius y Anna Barnés, dos de los
30 voluntarios que se turnan para gestionar el centro. El
Ayuntamiento de Barcelona paga la luz y el agua. “Nos organizamos
para la limpieza, la catalogación, la recepción, los préstamos…
Somos libres. Cuando el Estado y los bancos te dan de lado, no queda
otra que tomar las riendas”. La Josep Pons se ha convertido a
través de la Red en un referente para otras bibliotecas sociales más
pequeñas de Barcelona. “Muchos ateneos literarios tienen
tradicionalmente sus pequeñas bibliotecas, pues entienden que la
lucha no tiene que ser solo cultural, también social”.
Can Batlló funciona de forma autónoma, pero en
diez de las bibliotecas públicas de Barcelona —dos más que hace
un año— los usuarios aprenden a elaborar su currículum vitae, a
enfrentarse a una entrevista, a manejar el ratón o a tratar imágenes
digitales. “Es más fácil ir a una biblioteca a buscar trabajo que
a una oficina de empleo porque no está estigmatizado. Pero no somos
una oficina de empleo, ni somos consejeros laborales, somos
proveedores de información y de recursos útiles para la búsqueda.
Tener buena información es crucial para tomar decisiones sobre tu
vida”, expuso hace poco en este diario el
estadounidense Kerwin Pilgrim.
Este bibliotecario estableció en la Biblioteca
Pública de Brooklyn (Nueva York) un programa para atraer a
jóvenes, durante el ocioso verano, a la biblioteca con el anzuelo de
las nuevas tecnologías. Visto el éxito, Pilgrim ha puesto en marcha
un programa PowerUp! del que se han beneficiado 3.000
personas. Los usuarios son puestos en contacto con los servicios de
empleo, asisten a charlas y reciben formación. Más de una treintena
de empresas se ha formado tras estos encuentros. Él apuesta por el
trato personalizado y está convencido de que las bibliotecas “ayudan
a construir personas”.
Hace tres años los 12.000 vecinos de Playa
Blanca, una pedanía de Yaiza (Lanzarote) que no para de crecer,
fueron invitados a explicar en un foro de Internet qué echaban de
menos. Y muchos subrayaron lo mismo: una biblioteca. “Siempre las
he visitado. Incluso en vacaciones. Allí me leía los tintines
o los astérix y me gustaría que mi hija tenga dónde
reunirse con sus amigos. Que no todo sea la playa o un bar”, razona
Javier Caídas, un asturiano que reside en la isla desde hace 17
años. Así que, junto a cuatro vecinos, se propuso almacenar libros,
el primer paso para que su anhelo tomase forma. Marcaron varios
puntos de recogida de ejemplares por toda la isla, organizaron cinco
festivales, promocionaron su proyecto donde les dejaron hablar y, oh
sorpresa, coincidiendo con las elecciones todos los partidos de Yaiza
decidieron llevar la biblioteca en su programa electoral.
El empeño de estos vecinos no ha sido en balde y
750 socios disfrutan hoy de
los 4.500 volúmenes de la biblioteca Playa Blanca, instalada en
un antiguo colegio. Ya ha cumplido su primer año abierta y lo han
celebrado con un concurso literario. “Hemos empezado a regalar a
otros centros porque no tenemos librerías suficientes para tanto
libro”, cuenta Caídas. Algunos llegaron de la península, de
editoriales o incluso de escritores solidarios como Arturo
Pérez-Reverte y Alberto Vázquez- Figueroa. “Somos un equipo de
gobierno nuevo y siempre tuvimos claro que era una necesidad para los
vecinos. Hay todo lo necesario y, aunque nos gustaría más, hay que
adaptarse a estos tiempos”, explica el concejal Francisco Guzmán.
Mientras los vecinos de Salamanca no se han
resignado tras el cierre hace un año de la biblioteca de Caja Duero.
Por eso se acaba de firmar un acuerdo para que esos fondos
bibliográficos pasen a ocupar las estanterías de una sala del
colegio Giner de los Ríos. De la gestión se encargarán los
ciudadanos.
Oasis en medio de un panorama desolador, cuando las
bibliotecas se necesitan y se visitan más que nunca.
En Finlandia le prestan la máquina de coser
El ejemplo de multiusos más extremo es el de las
bibliotecas finlandesas. Allí uno puede digitalizar sus LP y
casetes, pedir prestada una máquina de coser o asistir a actividades
al aire libre. Ya en el siglo XIX esta institución adoptó el lema
Por una ciudadanía civilizada. Finlandia, el séptimo país más
grande de Europa y con apenas 5,3 millones de habitantes, está muy
concienciado de la necesidad de garantizar las mismas oportunidades
de cultivarse cultural y literariamente a la población rural, y las
bibliotecas son su arma.
Así, la biblioteca municipal de Helsinki puso en
marcha en las gasolineras el servicio de información por Internet
Pregunta lo que quieras. Los vecinos plantean cuestiones y en el
plazo de dos semanas reciben la contestación de los bibliotecarios
en finés, sueco o inglés, a elegir. O en la de Espoo, al oeste de
la capital, un terapeuta atiende a niños con problemas de lectura.
Según el último informe de las pruebas de
evaluación PISA sobre educación, Finlandia es el país número uno
en Europa y el éxito se debe, entre otros motivos, a que encajan
tres estructuras: la familia, la escuela y los recursos
socioculturales. De estas familias, el 80% va a las bibliotecas los
fines de semana.
“En los últimos años, las Administraciones
autonómicas en España han hecho un gran esfuerzo por dotar las
bibliotecas y promocionar la lectura. Sin embargo, no se han
preocupado por las escolares. Estamos a la cola de Europa cuando la
pasión por leer prende en la infancia. Es más complicado luego”,
afirma Javier Cortés, presidente de la Federación de Gremios de
Editores de España. “El gasto de las Administraciones es nulo. Y
no depende del color. Lo mismo en Madrid que en Andalucía. Por eso
las editoriales miran hacia América Latina”.
Maestros y Alumnos Solidarios (Grupo 2013) sorprende
a sus propios gestores. Nació para proporcionar becas escolares en
países en vías de desarrollo. Pasaron a levantar allí bibliotecas
y hoy centran parte de sus esfuerzos en Madrid. Unos 60 docentes
imparten clases a 400 niños desfavorecidos de cuatro colegios y dos
institutos de la capital. Catalina Benavides es la coordinadora de su
último proyecto, la librería Libros Libres, que arranca tanto
entusiasmo que ya tiene hermanas pequeñas dentro de dos librerías
de Córdoba y Linares (Jaén) pese a haberse inaugurado apenas el
pasado septiembre. Cualquiera puede llevarse y regalar libros.
Cuentan con 1.400 socios que abonan 12 euros anuales para sostenerlo.
“Venían con maletas para llenarlas de libros y venderlos. No lo
juzgo. La gente lo está pasando muy mal. Ahora dejamos llevar lo que
les quepa en los brazos”.
El trasiego de libros es tal que no se catalogan.
Administrar ese ingente volumen es un delirio. Infantiles en inglés
para Nepal, juveniles para un instituto en Méntrida (Toledo), una
biblioteca para una residencia de ancianos en Ciudad Real…
Ciudadanos de un puñado de localidades han mostrado su interés en
montar nuevas librerías gratuitas. Un proyecto parecido se ha
gestado en Málaga.